domingo, 18 de octubre de 2009
Cuando los servicios de comunicación no comunican: Caso SALTEL y TIGO
Ramón D. Rivas
Todo comenzó la última semana de septiembre. En mi casa, el teléfono de línea fija sonó dos veces; pero cuando lo quise contestar, la línea estaba muerta. Durante todo el día trato de hacer llamadas pero el teléfono no servía. Al día siguiente, día lunes, llamé a SALTEL, empresa telefónica con la cual, desde hace siete años la empresa constructora AVANCE ingenieros —con esa estrategia tramposa del “compadre hablado”— se alió, sin previa consulta con los habitantes del lugar, y monopolizó los servicios. Ese tipo de desmanes solo suceden en este país. El servicio telefónico fue pésimo, ya que después de una tormenta no funcionaba el teléfono; pero ahí estábamos “todos amarrados”.
Ninguna otra empresa telefónica quiso llegar, pues ya estaba en el lugar SALTEL. Todas las iniciativas para salir de esa imposición telefónica fueron en vano, pues el argumento era que, tanto AVANCE ingenieros como SALTEL habían —según ellos— acordado proporcionar un servicio de cable bajo tierra y moderno —decía—.
Los ingenieros constructores del proyecto no recabaron que en un país sísmico como este, esos sistemas en vez de contribuir al desarrollo de un país lo ponen en aprietos. Entonces, llamé a SALTEL para avisar que mi teléfono no servía. Eso fue tres día después. Lo más extraño era que al otro lado de la línea no pedían referencias sobre quién llamaba y el motivo.
Les dije que yo llamaba de mi celular, pues no tenía teléfono fijo. Dijeron que lo iban a retomar. Llegó el otro día, y otro más; y yo, llamando. Ahora era una maquina contestadora que decía: “Usted es el número cinco en la lista de espera, lo más pronto posible será atendido por una de nuestras operadoras. Gracias”.
Allí me quedaba yo esperando, llamando desde mi celular. Imagínese. Llamé varias veces, pero ahora yo era el décimo en la lista de espera, luego la máquina me dijo que había un tiempo de espera de aproximadamente 26 minutos. ¡Imagínese, usted...! Lo primero que hice fue colgar y mandarlos a quién sabe dónde.
Después de varios días sin línea telefónica y de insistir para ver si el teléfono funcionaba o no, hasta llegué a pensar que el problema a lo mejor era con el aparato en mi casa. Salgo a comprar un teléfono, lo conecto, hago la prueba; y lo mismo, ¡nada…! Como siempre, el teléfono muerto. Entonces —y ya aburrido de llamar a SALTEL— decido ir al día siguiente a la oficina central. Al llegar, a buena mañana, me encuentro con cierto desorden en la entrada principal: papeles, cajas, y qué se yo qué más, estaban amontonados.
Un vigilante de mediana edad, amable, cuidaba. Le pregunto que si aún no habían abierto las oficinas, y su respuesta fue: “Ya no existe la oficina, cerraron todo”. Allí estaba yo con “cara de pendejo”, como quien dice: “Bueno, ¿y ahora qué?. Solo al llegar a la oficina pude darme cuenta de que, de verdad, la tristemente celebre empresa SALTEL había desaparecido; pero aún no lo creía, y solo salí de la duda cuando unos días después un matutino informaba sobre la quiebra, deudas y las personas que, como yo, esos tramposos habían dejado. Solo en un país como este se puede permitir que suceda semejante sinvergüenzada. ¿Dónde está el respeto para el otro? Lo menos que podía esperar era una nota aclaratoria de parte de SALTEL.
Ellos esperaron que uno pagara. Para colmo de males, ese primer día que el teléfono se quedo mudo también, como por arte de magia, se “cayeron” Internet y el cable de la tv, cosa curiosa, pues felizmente estos agregados no tenían que ver con los cuasi servicios que por más de siete años me dió esa malograda empresa por el compadrazgo de AVANCE Ingenieros.
En fin, la primera noche, allí estaba mi familia y yo; no había teléfono, no había cable, no había Internet y, para colmo de males, se viene una tormenta con un fulminante rayo que de una sola vez dejó a oscuras toda la casa, y quien sabe cuántas casas más a la redonda. Allí estaba yo en medio de la capital —en donde se supone que hay acceso a todo— con una candela que a lo mejor para algunos da cierto sentido de romanticidad; pero mi bilis estaba al rojo vivo. Por suerte, el apagón del cable, el Internet y la luz eléctrica muy pronto se restableció; pero el teléfono ya era cosa de entierro, se había muerto de una vez al igual que SALTEL.
Por lo menos eso espero, ya que empresas como esas en vez de contribuir al desarrollo de un país lo refunden completamente a un “cuarto mundo”. Pero la cosa no terminó ahí. Buscando un nuevo proveedor, decido ir a TIGO, la empresa que me provee de tv por cable e Internet.
Y es que, no hace mucho tiempo, sucede que la empresa TIGO retomo cable e Internet de la empresa AMNET, que era la que me proveía de estos servicios. Es todo un enredo; pero parece que así son las cosas en el mundo de las alianzas empresariales, por lo menos así es el “garabato” que a uno le venden. Ahora bien, yo fui a TIGO para ver si ahora era posible tener todo en la misma compañía. Tratando de olvidar lo sucedido, me decido salir a buscar las oficinas más cercanas de la tan afamada TIGO.
Llego a “Galerías”, casi de inmediato soy atendido por una simpática y charmante señorita. Me da las explicaciones del caso, me pide referencias, doy las de mis colegas, tengo que firmar no se cuántos papeles… ¡y ya estuvo, no hay problema…! Por lo menos eso creí. Me prometen que dentro de 48 horas yo dispondré de línea telefónica.
Yo, alegre. Suspiro, de alivio, y recuerdo con acidez aquellos tristes años cuando si vos no tenías buenos contactos podías pasar toda tu vida visitando el telégrafo, pues tener teléfono era un lujo. Hasta le comenté a uno de mi hijo que me acompañó que, a pesar de todo, este país va a buen paso y con la frente en alto por el camino del desarrollo. Me miró con aquello de “siempre vos de optimista”.
Pasan las primeras 48 horas, y nada de teléfono. “A lo mejor no encuentran la dirección” —pensé— de manera positiva. Ya para terminar la semana, y precisamente el pasado viernes, recibo una llamada a mi celular de una señorita de la empresa TIGO que me dice que hay problemas, que no me dan la línea, ni mucho menos los teléfonos celulares que había solicitado. ¿Y qué podrá pasar? le pregunto, medio asustado.
Me dice: —“El problema es que las dos personas que usted ha dado de referencia y los números telefónicos del trabajo de ellos, no existen”— “Vaya —le respondo—; pero cómo puede ser, si ellos precisamente son dos de mis colegas, y aquí los tengo a mi lado en una reunión. Si usted quiere se los comunico”. —“Pero ni el teléfono que usted me ha dado del lugar de trabajo existe”. Y ella me dice: “Es más —continúa— las otras dos personas de referencia que usted me dio el día de ayer no lo conocen”.
“¿El día de ayer? — le pregunto—; pero si yo no he hablado con nadie, ni mucho menos con usted?” le digo. Me contesta; —“Y no me alce la voz”— Ahí sí, yo ya no entiendo nada. “Mire —le digo—, pero si yo no he hablado con usted el día de ayer”. —“Si, ayer hemos hablado”— me dice ella. Entonces yo le pregunto por las personas que yo le había dado de referencia y que ella dice me conocen; y de inmediato me da dos nombres de mujeres que yo nunca antes había escuchado— ¿”Y a qué horas hemos hablado”?— le vuelvo a preguntar. —“Usted me ha dado dos nombres de referentes y no le conocen”—. ¿Y usted es de TIGO? —le pregunto— ya un tanto confundido o a lo mejor asustado. —“Si”—, me dice. —¿Me pudiera proporcionar su nombre por favor?— ¡“No se lo doy…!” —“Entonces, usted es una mentirosa”— le digo.
—“El mentiroso es usted por dar referencias que no existen”— me dice. ¡Vaya…!, —digo—, hasta eso me gané. Termino la reunión de inmediato y salgo corriendo como alma en pena para la oficina de la tal TIGO, allí en “Galerías”. Tengo otra vez suerte, y paso de inmediato. Naturalmente, había solicitado hablar con el gerente; pero me dicen, como siempre en esos casos, que no está.
Un joven muy amable me dice que estos “mal entendidos” suceden a menudo y que firme unos documentos, y que él personalmente se hará responsable y que este lunes me van a resolver el problema (hoy es domingo, espero que mañana ya esté todo resuelto); pero se comprometió que ayer sábado iba a llamar a los referentes que yo había proporcionado. Hasta el día de ayer, muy tarde, mis colegas no habían recibido llamada alguna. Ahora es cuando más recuerdo aquella jerigonza de los telegrafistas de antes de mi pueblo, haciendo hasta lo imposible por comunicarme con quien yo quería hablar.
Pero por si acaso me dan los teléfonos ahora me voy a encontrar con nuevos números, lo que significa incomunicación. Y esa no es mi culpa, es precisamente de esos empresarios irresponsables. En todo caso —y como dicen que “Jalisco nunca pierde”— el único consuelo que me queda es saber que no soy el único con este problema; pero naturalmente pensar así es consuelo de tontos.
El Estado y las instancias competentes tiene la obligación de velar por el bienestar de los ciudadanos y combatir con todos los medios que ofrece la ley, CLARO que solo si esta es puesta en práctica, por estas empresas telefónicas, que no saben cómo comunicar. Esto es lamentable en un país que presume de campeón en Centroamérica; y lo más triste es que nos lo creemos. Imagínese que los primeros cien minutos que dice TIGO que son gratis los tengo que invertir avisando que ahora tengo otro teléfono. ¡Que cosas…! Y a usted que le sucedió también esto en SALTEL ¿qué hizo?...
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